Los Duendes del Cerro

Desde Xico se contempla, rumbo al oriente, el majestuoso cerro que antiguamente llamaron Acatépetl o Cerro de San Marcos y que en la actualidad también llaman el Acamalin.

Ese cerro está lleno de misterios. Se dice que por sus veredas que conducen a la cúspide se perciben sensaciones raras; que en ocasiones, bolas de fuego caen a él desde los cielos y se pierden en los cafetales; asimismo, que en ese lugar no se escucha el ruido de los cohetes, que durante las tempestades los rayos caen con frecuencia y, los más importante para muchos, es que ahí, en unas milenarias cuevas, está el hogar de los duendes.

Los duendes son espíritus, cuando se materializan semejan pequeñas criaturas que visten con ropa de colores fuertes. Parecen niños pero muchos tienen barba y bigotes y lo peor: son criaturas malignas que disfrutan quitándoles a los campesinos sus bastimentos o utensilios de trabajo. Por ello, cuando los lugareños van a trabajar en el cerro se protegen con reliquias sagradas o colocan en las huertas de cafetos cruces con tabaco seco, de madera u otros materiales. También algunos trabajadores suelen dejar en las huertas botellas de aguardiente, esto para que los duendes se emborrachen, pues se comenta que así se materializan sin quererlo, pudiendo con ello los humanos corretearse a base de pedradas o golpes de leños.

También se dice que estas criaturas demoníacas confunden a los hombres cuando se encuentran con ellos; que tocan flautas de carrizo o tambores de madera y que con sus danzas y música encantan a los solitarios que se adentran al cerro sin protección contra el mal viento; quienes han sido encantados son perdidos por los duendes llevándolos hasta un manantial donde una jarra de oro se menea en las aguas transparentes.

Y así muchos viejos del pueblo contaron y cuentan que numerosas personas han sido perdidas por los duendes del cerro, que muchas han aparecido por lugares muy lejanos enfermas de la mente.